jueves, 7 de julio de 2011

"Fill the World With Love"



Ayer  me enteré que ningún R1 había pedido hacer la residencia en mi centro. Curtido como estoy a este sol de verano madrileño, no debería torcer el gesto. El cliente- digo , residente- siempre tiene la razón. Está claro que no sólo soy yo quien está fuera del mercado, sino mi centro entero.

Ya lo imaginaba. La verdad es que al final, como siempre, sólo nos quedarán los pacientes para hacer intervenciones educativas-  sigo en mis trece de que es lo que me gusta de verdad-. Ellos también “votan con los pies” (se van cuando quieren) pero no nos defraudan.

En este desasosiego, he releído una carta escrita por Teresa, profesora de Lengua Castellana y Literatura. Habla para sus compañeros de instituto, algunos de los cuales van a jubilarse después de una carrera docente extensa: abandonan las aulas para ser sustituidos por otros más jóvenes. Es ley de vida. Pero , al menos,  "llena de amor el mundo".

"PALABRAS PARA EL FIN DE CURSO Y LA DESPEDIDA DE LOS COMPAÑEROS QUE 
SE JUBILAN

IES. Alameda de Osuna  (Madrid).  29 Junio 2011.

Mª Teresa Cantero

PREÁMBULO

Tengo una convicción que me lleva a hablar: decir las cosas me ayuda a que sean verdad, a explicármelas y reconocérmelas a mi misma.  Las palabras crean el significado de las cosas ¡Menos mal que hay palabras! . Nada significaría nada si no se pudiera decir lo que significa. Por eso me entran ganas de hablar, porque quiero convertir la confusión de lo que siento sobre mi trabajo y sobre el hecho de que unos cuantos compañeros dejen de ser mis colegas  en algo con significado, o por lo menos en un significado definido para mi. Y esto no ocurre  hasta que le doy forma en palabras. 

DISCURSO

Elogio de la profesión con el fin de que los que la dejan se sientan reconocidos en el trabajo al que han dedicado muchos años de su vida y de que nos reconforte a todos los que no podemos ni sabemos cuándo vamos a poder dejarla.
Mi tesis es que la nuestra es  una profesión que exige virtud y que a su vez la concita. Me propongo hacer una reflexión sobre este aspecto de nuestra profesión (no digo que sea la única de estas características)

1. Nos enfrenta, como ninguna otra  al paso del tiempo y al reconocimiento y la aceptación del mismo: nos hace conscientes de esa limitación del tiempo en nuestra vida y por lo tanto,  nos hace humildes.
2. Nos hace pacientes: gimnasio de la mansedumbre varias horas al día. ¡Qué remedio nos queda que serlo! Nuestra única misión positiva se reduce  a veces a poner dos palabras sensatas y templadas en un griterío de disparates.

3. Nos obliga a buscar, encontrar y defender una coherencia personal, a la búsqueda permanente del  equilibrio, de la razón, sobre todo en los juicios que nos vemos obligados a hacer y defender, lo cual requiere también cierta valentía.
Coherencia interna que tenemos que descubrir dentro de nosotros mismos, en una búsqueda  permanente de lo que nos dice la sensatez, diferente para cada alumno. Cada uno debe encontrar esa coherencia en relación con su materia, con lo que persigue, con lo que tiene que transmitir: ¡Nos movemos siempre entre tanta indeterminación…!. Es tan difícil saber por qué no aprenden: ¿no es el momento de su vida para hacerlo?, ¿es excesiva la uniformidad a la que se somete a todos los alumnos, imposible de soportar para algunos?, ¿no somos nosotros capaces de hacerles descubrir lo que debería ser importante para ellos? Nuestro propia consciencia escéptica de si los fines que perseguimos son los justos hace que estemos siempre en la lucha por definir unos límites que son siempre movibles, respecto a lo que  debemos y no debemos exigir.

Coherencia externa que hay que intentar mantener ante los otros, sumidos en un sinfín de tensiones,   coherencia que hay que establecer y defender frente a los que  no sienten el valor que tiene nuestro trabajo (empezando por los mismos “aprobadores” que tenemos en las aulas y que muchas veces no son   “estudiantes” de verdad.)  Como dice mi hermana, hoy muchos alumnos identifican el derecho a aprobar con la gestión administrativa de matricularse: sacar el título de bachiller es para muchos como  sacar el carné de identidad, un trámite que se cumple en sí mismo. 

4. Nos obliga a progresar: (lo que no mejora muere….) a buscar nuevas formas de hacer las cosas, porque hay que adaptarse desde nuevas edades a nuevas realidades sociales. A estar siempre abiertos a aprender algo más o  por lo menos a un modo más eficaz de presentarlo.

5.  Nos hace constantes. El curso es un proceso en el que el esfuerzo no se puede aplazar; es un camino que hay que recorrer hasta el final. Cada día tiene un reto dentro de ese proceso.
Constantes incluso, exagerando, en los minutos de clase: no podemos aplazar la concentración: El tiempo de clase es un tiempo en que nosotros mismos tenemos que crear la clase: No se puede postergar esa creación que se hace durante ese tiempo: necesitamos durante toda la hora la agilidad máxima de observación y de concentración; no podemos no implicarnos. Estamos obligados a ello. Otras tareas se pueden aplazar: un administrativo puede no concentrarse en el trabajo un rato y lo suplirá en otro. Puede hacerlo fuera y mostrarlo luego acabado, pero la clase se hace, se crea en el tiempo; las metas y el tiempo del aula son inaplazables: el tiempo que se está en el campo de fútbol es un tiempo de riesgo, en el que lo que se hace o se deja de hacer puede tener  unas consecuencias definitivas: hay que inventárselo cada minuto, cada día,  teniendo en cuenta la calidad del “rival”. Y esa intensidad dura 9 meses en los que es difícil olvidarse del cariz que va tomando la evolución del proceso: porque hay que seguir inventando descubriendo la dinámica que nos lleva al éxito. No se puede abandonar el propósito que perseguimos ni posponerlo porque si lo hacemos, nos pasará factura, y será más difícil después.

6. Nos sitúa en una duplicidad creativa a medio camino entre el realismo y el idealismo.
Nos enfrenta a la impotencia para modificar tantas cosas que habría que modificar, lo cual nos hace realistas, nos aleja de la frivolidad y la ilusión superficial (por no decir estúpida).

Tenemos que ser, y nos hacemos idealistas y desinteresados, generosos.

Trabajamos a fondo perdido para un  ideal  que no tiene límite previo  y para lograr algo por lo que nunca podremos ser recompensados.  Nos enfrentamos a metas muy altas  que no tienen fin en su exigencia y que han de perseguirse día a día. Son altas porque no tienen límite. Nos proponemos  conseguir que cada alumno por nuestro efecto dé un paso hacia delante en el descubrimiento de su propia razón, se construya a sí mismo (“cada uno es escultor de su propio cerebro”: Ramón y Cajal).

Son generosas especialmente porque se salen de lo controlable. Ni siquiera sabemos si las logramos o no.  Nuestra misión está abocada al fracaso porque lo que logramos pertenece al reino de lo que no se puede medir. Nuestra meta no son las notas, ni las que ponemos nosotros ni las que se ponen desde fuera. Nuestros éxitos no se miden por las estadísticas -Nuestros propósitos pertenecen al reino, al ámbito de lo que no se puede medir.  Nunca sabremos si algo de lo que hicimos, dijimos o transmitimos en un momento a nuestros alumnos les ha servido de algo en la vida. Nunca sabrán ellos, ni sabremos nosotros si alguna de sus cualidades o de sus capacidades empezó a nacer por efecto de nuestro trabajo.  Ni siquiera el alumno será consciente hasta mucho más tarde –en el caso de que llegue a serlo-  de en qué le hemos ayudado. -Y por lo tanto, no podrá haber reconocimiento  – no digo ya, recompensa-. El reconocimiento único nos lo daremos nosotros a nosotros mismos y será el haberlo intentado. 

Cito una frase de Gandhi:

"El fin se aleja continuamente de nosotros. Cuanto más avanzamos más tenemos que admitir nuestra nulidad. Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa".

EN CONCLUSIÓN:

 Los  profesores son  trabajadores que ponen su esfuerzo máximo diariamente  para lograr una meta generosa, ilimitada y difícil de medir en su consecución y que utilizan toda su capacidad y su paciencia para perseguirla sin esperar ninguna recompensa a cambio. A la vista está el carácter esforzado y virtuoso de nuestro trabajo.  Este NO es un trabajo para mediocres.
Pero hay otra cosa además de las virtudes que nuestro trabajo concita: algo que también se experimenta día a día, la necesidad de compañía, de complicidad, de apoyo. 
Ante una profesión de tanta exigencia, que nos enfrenta a una dura realidad y a nuestra propia impotencia ante ella …  hay algo  que reconforta especialmente: los compañeros, los colegas,y en esta palabra pongo algo más que la idea vaga de la solidaridad universal. Para mí los colegas son mucho más: son el apoyo para superar el malestar que tantas veces me desequilibra, o un problema que me obsesiona.   Sólo ellos pueden saber por dónde va nuestra preocupación del momento o nuestra falta de energía, o nuestra satisfacción, en otros:   ¡Es tan consolador compartir la incertidumbre generada por la propia profesión…! .Creo que debemos dar una gran valor al apoyo que unos podemos prestarnos a otros, el respaldo tan grato que nos ofrecen los que comparten nuestra preocupación. Nuestra ansiedad  durante los meses de curso.
La gran importancia que tiene compartir esta tarea nada fácil es lo que justifica que celebremos, siempre con un poco de emoción contenida, este día en que muchos colegas van a dejar de prestarnos su apoyo, ya no podrán reconfortarnos, con su mera presencia o con sus comentarios. Nos alegramos por ellos. Por nosotros lo lamentamos.
 Fernando Pessoa  lo dice mucho mejor que yo. En su obra El libro del desasosiego  escribe:

"Se ha ido hoy, /dicen que/ definitivamente, a su tierra natal el llamado mozo de la oficina, ese mismo hombre que he estado acostumbrado a considerar como parte de esta casa humana y, por lo tanto, como parte de mí y del mundo que es mío. (…)
Cada cosa que ha sido nuestra, aunque sólo por los accidentes de la convivencia o de la visión, porque fue cosa nuestra se vuelve nosotros. El que se ha ido hoy, pues, a una tierra gallega que ignoro, no ha sido, para mí, el mozo de la oficina: ha sido una parte vital, por visual y humana, de la sustancia de mi vida. Hoy he sido disminuido. Ya no soy el mismo del todo. El mozo de la oficina se ha ido. Todo lo que sucede donde vivimos es en nosotros donde sucede. Todo lo que cesa en lo que vemos es en nosotros donde cesa. Todo lo que ha sido, si lo vivimos cuando era, es de nosotros de donde ha sido quitado al partir. El mozo de la oficina se ha ido."

Os vamos a echar de menos
A todos los que os vais (sea por jubilación o no)…

FINAL DEL FINAL

Debemos estar orgullosos y satisfechos de nuestro afán. VOSOTROS, DE HABER DEDICADO VUESTRA VIDA A ÉL; NOSOTROS DE SEGUIR HACIÉNDOLO. No por lo que hayamos conseguido o vayamos a conseguir, sino porque el  haberlo perseguido,  como decía Gandhi, es una victoria completa…  y las victorias no son para mediocres.
En nombre de todos los que nos quedamos, enhorabuena por haber cumplido con esta tarea tan esforzada. Un beso a cada uno". 




Addendum (10/07/2011): la versión sinfónica...




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